Cuando la gente me pregunta si soy médium, mi respuesta es tajante. No, en absoluto.
Pero sí es cierto que, a través de la comunicación, podemos en ocasiones tener información sobre animales o personas fallecidas. Esto sucede por la sencilla razón de que el animal con el que comunico está en contacto con estos seres de luz y, sencillamente, me los muestra. Con total naturalidad. Pero sin la comunicación animal, no habría manera, en lo que a mí concierne, de estar en contacto con el otro plano.
Nunca olvidaré la primera vez que esto sucedió.
Una señora me llamó porque había adoptado a un perro. Todo iba bien hasta que de repente, un día, comenzó a orinarse en la esquina del sofá. No tenía más detalles ni del perro ni de la señora.
Durante la comunicación, el perro me enseñó el salón y, en concreto, el susodicho sofá “bautizado” en diferentes ocasiones a lo largo del día…Sin más tardar, cuando tenía al perro en mi campo de visión (estando yo sentada en el suelo y a su altura) y frente al sofá, levantó la pata para miccionar. En ese preciso momento en el que levantó la pata, mi mirada se levantó con ella y pudo percibir la imagen de un hombre, vestido con un chándal, sentado en el sofá.
En ese preciso instante supe que esa persona no pertenecía a este mundo. Al ver su cuerpo etéreo deshabitado de materia y una mirada inquisidora, pero “vacía”, me estremecí por completo. Era la primera vez que esto me sucedía y, como buena humana encarnada en la materia, salí de la comunicación petrificada de miedo sin pensarlo un segundo.
Una vez fuera, me sentí muy culpable. Pensé que quizá ese hombre necesitaba ayuda y que, ese perro, estaba ahí para hacer de mensajero…Llamé decidida a la señora sin tener muy bien estructurada mi conversación…¿cómo decir que había visto a un señor fallecido sentado en su sofá vestido con un chándal como si fuera un domingo viendo el futbol en la tele? Hasta yo misma me dije que estaba perdiendo la cabeza…
Cuál fue mi sorpresa que la señora me confesó, según la descripción que le hice, que ese señor era su marido, fallecido unos meses atrás de un ataque al corazón en casa. Me confesó en ese momento que hacía meses que intentaba vender su casa y que cada vez que una posible firma iba a concluirse, algo sucedía...que todo se anulaba.
No le prometí nada, pero dije que lo intentaría. Por aquella época, el mero hecho de imaginarme sentada al lado de un ser fallecido para explicarle que debía “ir a la luz”, podía hacer que tuviese un síncope vasovagal... Pero si el perro hizo con sus continuas micciones que la señora me llamara y el perro asimismo me enseñó a este hombre fallecido, eso era por algo. No hay casualidades. Era lo único que podía repetirme.
Me armé de valor e hice dos comunicaciones más. La primera, me senté a su lado, pero a una muy cierta distancia ya que era su casa y yo era una extraña para él. No parecía entender nada de lo que intentaba comunicarle (todo a través de imágenes y sensaciones ¡Era una comunicación dentro de una comunicación!) pues seguía mirándome con esa mirada vacía.
Salí derrotada pensando que no serviría de nada continuar, pero prometí hacer una segunda comunicación. Así que allá fui…
Al día siguiente en la comunicación, fui directa y, sin saber cómo, sin miedo alguno hacia el sofá. Para mi sorpresa, no tuve la necesidad ni siquiera de sentarme. El señor se levantó del sofá, me miró a los ojos, menos vacíos aquel día, y con una media sonrisa me dijo “Ya está, ya lo he entendido”.
Las semanas pasaron y un día recibí una llamada de la señora. El perro, desde el último día de la comunicación, dejó de hacer pipí en la esquina del sofá y la casa se vendió.
Quizá fue una casualidad, pero personalmente, no creo en las casualidades.
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